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Exponemos el caso real de una directiva brillante que realizaba el trabajo que correspondía a su equipo y de lo que aprende y evoluciona gracias a las sesiones de coaching ejecutivo.

“El desafío no consiste en administrar el tiempo, sino en administrarnos a nosotros mismos”.
Stephen Covey

Presentación del caso

Ángela (nombre figurado) es una mujer que se reveló brillante desde sus primeros estudios. A punto de acabar su carrera de Administración de empresas, entró a trabajar en una multinacional del sector de la distribución por su destacado perfil en cuanto a calificaciones y habilidades. Su entrega, tanto a los estudios como a su profesión era vocacional y completa. A partir del primer contrato como asistente de dirección fue ganando responsabilidades, cada vez más valorada por la Gerencia, hasta llegar a ocupar un alto cargo en la Dirección de la empresa .

Fue al poco tiempo de ocupar este puesto que la conocí.  Empezamos un proceso de coaching  para ella y en las primeras sesiones mostró un nivel de autoconfianza muy bajo, que no parecía corresponder a la gran estima que tenía la empresa en ella, al desempeño que realizaba, a los objetivos que conseguía y, sobre todo, a la imagen que su equipo tenía de ella.

Primeros resultados del estudio

En una primera valoración de feedback 360º basado en competencias de Liderazgo realizada entre todo su equipo obtuvo un 8 mientras que su autovaloración fue de un 5 sobre 10. Ella se sorprendió mucho con la diferencia tan marcada entre “Cómo me valoran” y “Cómo me valoro yo”.
Su visión personal acerca de los demás le llevaba a ver a su equipo como una familia por cuyo equilibrio velar y a quienes debía proteger pero, ¿los protegía? ¿de qué? Estaba pendiente de cada actividad que los miembros de su equipo realizaban hasta el más mínimo detalle; hacía el trabajo de ellos si consideraba que algo no tenía la suficiente calidad o si los plazos que ella se auto exigía no se iban a cumplir.
Algunas de las frases que se decía eran:

  • “Ya lo hago yo; tardo menos en hacerlo que en decirlo”.
  • “Ya lo hago yo porque no llegamos”.
  • “Ya lo hago yo porque me van a poner mala cara y no tengo ganas de conflictos”,  y muchos otros “ya lo hago yo…” similares.

Consecuencias de la autoexigencia y la falta de confianza en el equipo

Las consecuencias eran previsibles; sobrecarga de tareas que no le correspondían, pérdida de foco y visión de su dirección, jornadas de 14 horas sin descanso que le trajeron agotamiento, desequilibrio emocional e insomnio.
En el trabajo cada vez le costaba más tomar decisiones porque había perdido perspectiva y claridad de ideas y los problemas y conflictos aumentaban. Además en su vida personal se concedía escaso tiempo hasta para comer. No podía, por ejemplo, hacer deporte, que le fascinaba. Tampoco disfrutaba de su vida social y cuando pensaba, por ejemplo, en ser madre le llegaba una enorme sensación de frustración y tristeza: “¿Cómo voy a poder cuidar de un hijo? Lo veo imposible, es este trabajo o la familia.”
Entretanto, las personas a su cargo se desentendían de tareas y dejaban de responsabilizarse de sus funciones, se relajaban. Su equipo se había vuelto laxo, sin criterio ni autonomía, el ritmo de actividad estaba bajo mínimos  y, aunque ella cada vez  dedicaba más horas, los objetivos no se alcanzaban.
A pesar de estos resultados, su escasa confianza en sí misma y su miedo continuo a fallar, le impedían dejar de controlarlo todo. Exploramos situaciones cotidianas durante las sesiones y reveló el enorme esfuerzo que le costaban ciertas actitudes directivas:

  • Definir claramente los objetivos de su Dirección.
  • Decir que “no” a ciertas peticiones.
  • Pedir lo que necesitaba de ellos para que cada área funcionase.
  • Conseguir verles con la capacidad suficiente para asumir responsabilidades y compromisos.
  • Estar dispuesta a aceptar que se pudieran equivocar.

Reveló su creencia de que si cumplía el rol de gerente con la necesaria asertividad las personas a su cargo se enfadarían, creando tensión y un mal clima laboral.  La idea de “si quiero hacerlo bien y rápido lo debo hacer yo” le vencía sobre la idea de que, en equipo, podrían llegar más lejos.
Las consecuencias que le traía y este modo de gestionar ya eran evidentes y muy negativas para el equipo, para la empresa y para ella misma pero se cuestionaba:

  • ¿Qué otro tipo de directora podría ser?
  • ¿Cómo podría hacerlo diferente?
  • ¿Qué estaba en su mano modificar?

Aplicación del Coaching Ejecutivo

El objetivo le pareció claro; cambiar ella para que todo mejorara. Librarse de la enorme tensión que soportaba le sirvió de motivación. Las cosas empezaron a cambiar  cuando cambió su manera de relacionarse con ella misma y con el equipo. A través de una exploración sincera encontró diferentes opciones posibles y consiguió elaborar un plan de acción que le permitió cuestionar las limitaciones que se ponía. Descubrió cómo podía generar un buen clima laboral, facilitar que se relacionaran saludablemente y consiguió pedirles que cada uno realizara sus tareas para que todos cumplieran objetivos.
Reafirmó cuál era su rol y sus funciones, fijó sus límites y definió sus responsabilidades. Estableció necesidades y metas para cada uno y para el trabajo conjunto. El equipo, que siempre la había valorado por su estilo humano de gestión, la escuchó y acogió con entusiasmo los cambios. Al poco tiempo, reconocieron que se sentían más valorados y autónomos que antes. Los procesos y la comunicación entre las personas mejoraron. También los resultados.

Resultados del cambio

Al comprobar la gran mejora de su gestión, la Gerencia le propuso un ascenso a Directora General y ella se planteó el cambio y la responsabilidad, desde lo aprendido, que el cargo le traía. Examinó cuales eran ahora sus objetivos reales y llegó a la conclusión de que su vocación profesional no había cambiado pero sí se había enriquecido con una visión personal más amplia.

Ángela encontró, al encarar el nuevo reto, que no entraba en su ambición un mayor reconocimiento social ni económico. Entonces, ¿cuál podía ser un reto motivante para ella?
–Quiero poder dedicarme a mi pasión –se dijo– a lo que más me fascina y creo que hago muy bien; formar y acompañar personas en su desarrollo.

A partir de esta decisión, eligió quedarse en la misma empresa pero en otra posición más enfocada al desarrollo y la formación. Planificó su tiempo para compatibilizarlo con un hobby afín; organizar talleres creativos con niños y adultos donde compartir la alfarería que practicaba ella como medio para mejorar emociones. La última vez que nos vimos, un par de años después de haber finalizado su proceso de coaching, el brillo de sus ojos y hasta sus movimientos eran diáfanos. Resplandecía como solo alguien que ha encontrado su eje y se mueve sobre él puede hacerlo.

¿Identificas alguna creencia que te impide realizar lo que más te motiva? ¿Hasta dónde la vas a dejar llevarte?

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